jueves, noviembre 30, 2006

Víctor Valera Mora (Venezuela)










Comienzo

La lucha de clases. Los grandes monopolios imperialistas.
Los malditos muñones de la generación del 28
que tanto daño nos han hecho.
El policía del parque, los enamorados están
en la posibilidad de iniciar el terrorismo.
El recuerdo desde la llanura, el caballo
llorando sangre recomenzada. Triste cuestión.
Este asunto de llevar una guitarra bajo el brazo.
La libertad de morirse de hambre doblemente.
Aquiles el escudero de la ternura
últimamente se ha dado muy duro en el alma.
Esto nos obliga a hablar
el más terrible de los lenguajes.
Hacer de la poesía un fusil airado, implacable
hasta la hermosura.
No hay otra alternativa,
la caída de un combatiente popular
es más dolorosa que el derrumbamiento
de todas las imágenes.
Cuando el pueblo tome el poder, veremos qué hacer,
mientras tanto sigamos en lo nuestro.


Nuestro oficio

Por este empecinamiento del corazón
en hacerse horizonte por completo:
nosotros, que hemos participado
en los grandes acontecimientos históricos,
que hemos ayudado en lo construido
aún con un poco de tristeza,
digamos, casi mucha.
Guardamos
toda nuestra radiante alegría
para lo que construiremos
cuando el pueblo llegue.

Podemos caer abatidos
por las balas más crueles
y siempre tenemos sucesor:
el niño que estremece las hambres consteladas
agitando feroz su primer verso.
O el otro, el de la disyuntiva,
que no sabe si hacerse flechero de nubes
o escudero del viento.

Jamás la canción tuvo punto final.
Siempre deja una brecha, una rendija,
algo así, como un hilito que sale,
donde el poema venidero pueda
ir halando, ir halando, ir halando,
halando hasta el mañana.

Nosotros los poetas del pueblo,
cantamos por mil años y más...


Amanecí de bala

Amanecí de bala
amanecí bien magníficamente bien todo arisco
hoy no cambio un segundo de mi vida por una bandera roja
mi vida toda la cambiaría por la cabellera de esa mujer
alta y rubia cuando vaya a la Falcultad de Farmacia se lo diré
seguro que se lo diré asunto mío amanecer así
esta mañana cuando abrí las puertas con la primera ráfaga
alborotando tumbando todo entraron a mis pulmones
los otros poetas de la Pandilla de Lautréamont
grandes señores tolerados a duras penas por sus mujeres
al más frenético le pregunto por su libro vagancia city
como me gusta complicar a mis amigos los vivo nombrando
el diablo no me llevará a mí solo
ella antiguamente se llamaba Frida y estaba residenciada en Baviera
en una casa de grandes rocas levantadas por su amante vikingo
sus locuras en el mar de los sargazos
hay sol hasta la madrugada y creo que jamás moriré
sin embargo deseo que este día me sobreviva
soy desmesurado o excesivo y no doy consejos a nadie
pero hoy veo más claro que nunca y quiero que los demás participen
hermoso día me enalteces desenfrenada alegría
no tengo comercio con la muerte no le temo
llevo en la sangre la vida de cada día soy de este mundo
bueno como un niño implacable como un niño
guardo una fidelidad de hierro a los sueños de mi infancia
en este punto soy socrático él y yo elevamos volantines
restituimos la edad de oro el "qué habrá" al final del arco suspendido
ahora mismo se está mudando un río
hoy una morena de belleza agresiva me dijo pero si estás lindo
entonces yo le dije acaso no sucede cada dos mil años pierdo el hilo
día de advenimiento de locos combates de amor a altas temperaturas
desnudos nos hundimos en las agua del mismo río

Hasta cuándo

Hasta cuándo seguir gritando a esa gente
que el rey y la reina yacen bajo tierra
Hasta cuándo seguir gritando que no cedo en hipoteca mis sueños
Hasta cuándo seguir gritando que soy incorregible
Hasta cuándo seguir gritando que no reniego de mis actos
Hasta cuándo seguir gritando que nada de lo que tengo
está en venta ni quiero que ningún imbécil corte la soga
Hasta cuándo seguir gritando que no cumplo mis deberes en la tormenta
Hasta cuándo seguir gritando que no exijo futuro
Hasta cuándo seguir gritando a esta gente que me son despreciables
Hasta cuando seguir gritando que estoy
con los que no tienen la razón porque la tienen a mares llenos
Hasta cuándo seguir gritando que jamás abandonaré mi capa de insurgente
Hasta cuándo si desde siempre mis cartas están sobre la mesa
(1967)

Oficio puro

Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor
En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor
Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el rostro de ella
De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor
De qué modo se sienta una mujer que recién ha hecho el amor
Saludará a sus amistades
Pensará que en otros países está nevando
Encenderá y consumirá un cigarrillo
Desnuda en el baño dará vuelta
a la llave del agua fría o del agua caliente
Dará vuelta a las dos a la vez
Cómo se arrodilla una mujer que recién ha hecho el amor
Soñará que la felicidad es un viaje por barco
Regresará a la niñez o más allá de la niñez
Cruzará ríos montañas y llanuras noches domésticas


Dormirá con el sol sobre los ojos
Amanecerá triste alegre vertiginosa
Bello cuerpo de mujer
que no fue dócil ni amable ni sabio

(Amanecí de Bala, 1971)

Canción del soldado justo

A los montes me voy, me voy completo
y espero regresar de igual manera
Si me cortan las piernas y las manos
asiré el caminar con los anhelos
Si me arrancan los ojos y la lengua
nueva guitarra agitará banderas
Si me quitan la tierra donde piso,
yo vengo desde un río de asperezas
que antes me llevó y ahora me lleva
Si me tapan los oídos con que oigo
a mis hermanos pálidos y hambrientos,
hablaré seriamente con el aire
para que se abra paso hasta los sesos
Y si una bala loca se enamora
de mis sienes violentas,
yo seguiré pensando con los huesos
Me voy a despeñar sobre los crueles
que han hecho de la patria un agujero
y si no asiste el pecho a la camisa
y me matan de muerte sin lucero,
esperadme, os lo pido caminando,
que yo regresaré como los pueblos
cantando y más cantando y más cantando.


Para los que meten miedo
con el zamuro atómico

Para los que meten miedo con el zamuro atómico
recordándonos que las luchas de liberación
pueden provocar una espantosa catástrofe
yo les digo he aquí mis bienes terrenales
tres litros de aire de capacidad pulmonar
medio siglo de burocratismo soviético
y dos mil años de crímenes sucesivos
entonces no tengo mucho que perder
señores de la guerra por mi parte
pueden ir apretando los botones

Víctor -El Chino- Valera Mora
(Valera, 1935 - Caracas, 1984)

"Hace setenta años, este 20 de septiembre, vino al mundo Víctor Valera Mora (1935-1984), uno de los más singulares poetas venezolanos y uno de los más desenfadados que haya producido la lengua. Mejor conocido como El Chino Valera Mora, su obra, poco celebrada fuera de su país, es no obstante una de las referencias más reveladoras de los rumbos que tomó la poesía, escrita en español, durante los furiosos años sesentas, cuando en la península toda renovación poética parecía venir de la mano de la frivolidad y un aparente neoculteranismo, y en América sucumbieron tanto las fórmulas meramente agitacionales y de propaganda y aquellas que alienadas por los facilismos de la escritura automática, quisieron hacer pasar por liebre lo que apenas era gazapo. Valera Mora es el mejor exponente de ese período de esperanzas en la lucha contra las opresiones sociales y la búsqueda de nuevos sentidos para la vida, como quisieron los jóvenes que marcharon por las avenidas de las grandes ciudades aquel 1968, el año de la revolución". (...)
Harold Alvarado Tenorio

martes, noviembre 21, 2006

Jorge Carrera Andrade (Ecuador)








El Hombre del Ecuador bajo la Torre Eiffel

Te vuelves vegetal a la orilla del tiempo
Con tu copa de cielo redondo
y abierta por los túneles del tráfico,
eres la ceiba máxima del Globo.

Suben los ojos pintores
por tu escalera de tijera hasta el azul.

Alargas sobre una tropa de tejados
tu cuello de llama del Perú.

Arropada en los pliegues de los vientos,
con tu peineta de constelaciones,
te asomas al circo
de los horizontes.

Mástil de una aventura sobre el tiempo.
Orgullo de quinientos treinta codos.

Pértiga de la tienda que han alzado los hombres
en una esquina de la historia.
Con sus luces gaseosas
copia la vía láctea tu dibujo en la noche.

Primera letra de un Abecedario cósmico,
apuntada en la dirección del cielo;
esperanza parada en zancos;
glorificación del esqueleto.

Hierro para marcar el rebaño de nubes
o mudo centinela de la edad industrial.
La marea del cielo
mina en silencio tu pilar.

(De Boletines de mar y tierra)


Versión de la Tierra

Bienvenido, nuevo día:
Los colores, las formas
vuelven al taller de la retina.

He aquí el vasto mundo
con su envoltura de maravilla:
La virilidad del árbol.
La condescendencia de la brisa.
El mecanismo de la rosa.
La arquitectura de la espiga.

Su vello verde la tierra
sin cesar cría.

La savia, invisible constructora,
en andamios de aire edifica
y sube los peldaños de la luz
en volúmenes verdes convertida.

El río agrimensor hace
el inventario de la campiña.
Sus lomos oscuros lava en el cielo
la orografía.
He aquí el mundo de pilares vegetales
y de rutas líquidas,
de mecanismos y arquitecturas
que un soplo misterioso anima.
Luego, las formas y los colores amaestrados,
el aire y la luz viva
sumados en la Obra del hombre,
vertical en el día.

Historia contemporánea

Desde las seis está despierto el humo
que no cesa de señalar con su brazo la dirección del viento.
Los bancos conservan el sueño congelado de los vagabundos
y las vidrieras de los restaurantes aprisionan la calle
y la venden entre sus frutas, botellas y mariscos.
Un pájaro nuevo silba en las poleas
y en los andamios que cuelgan su columpio de los hombros de los edificios.
Los chicos suman panes y luceros en sus pizarras de luto
y los automóviles corren sin saber
que una piedra espera en una curva la señal del destino.

Ametralladora de palabras,
la máquina de escribir dispara contra el centinela invisible de la campanilla.
Los yunques fragmentan un sueño sonoro de herraduras
y las máquinas de coser aceleran su taquicardia de solteronas
entre el oleaje giratorio de las telas.

La tarde conduce un fardo de sol en un tranvía.

Obreros desocupados ven el cielo como una cesta de manzanas.
Regimientos de frío
dispersan los grupos de vagabundos y mendigos.

El vendedor de pescado, los voceadores de periódicos
y el hombre que muele el cielo en su organillo
se dan la mano a la hora de la cena
en las cloacas y bajo la axila de los puentes
donde juegan al jardín los desperdicios
y sacan la lengua las latas de conserva.
Sus sombras crecen más allá de los tejados puntiagudos
y van cubriendo la ciudad, los caminos y los campos próximos
hasta ahogar en su pecho el relieve del mundo.

(De El tiempo manual)


El objeto y su sombra

Arquitectura fiel del mundo.
Realidad, más cabal que el sueño.

La abstracción muere en un segundo:
sólo basta un fruncir del ceño.

Las cosas. O sea la vida.
Todo el universo es presencia.
La sombra al objeto adherida
¿acaso transforma su esencia?

Limpiad el mundo —ésta es la clave—
de fantasmas del pensamiento.
Que el ojo apareje su nave
para un nuevo descubrimiento.

(De Noticias del cielo)

Biografía para uso de los pájaros

Nací en el siglo de la defunción de la rosa
cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles.
Quito veía andar la última diligencia
y a su paso corrían en buen orden los árboles,
las cercas y las casas de las nuevas parroquias,
en el umbral del campo
donde las lentas vacas rumiaban el silencio
y el viento espoleaba sus ligeros caballos.

Mi madre, revestida de poniente,
guardó su juventud en una honda guitarra
y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos
envuelta entre la música, la luz y las palabras.
Yo amaba la hidrografía de la lluvia,
las amarillas pulgas del manzano
y los sapos que hacían sonar dos o tres veces
su gordo cascabel de palo.

Sin cesar maniobraba la gran vela del aire.
Era la cordillera un litoral del cielo.
La tempestad venía, y al batir del tambor
cargaban sus mojados regimientos;
mas, luego el sol con sus patrullas de oro
restauraba la paz agraria y transparente.
Yo veía a los hombres abrazar !a cebada,
sumergirse en el cielo unos jinetes
y bajar a la costa olorosa de mangos
los vagones cargados de mugidores bueyes.

El valle estaba allá con sus haciendas
donde prendía el alba su reguero de gallos
y al oeste la tierra donde ondeaba la caña
de azúcar su pacífico banderín, y el cacao
guardaba en un estuche su fortuna secreta,
y ceñían, la pina su coraza de olor,
la banana desnuda su túnica de seda.

Todo ha pasado ya, en sucesivo oleaje,
como las vanas cifras de la espuma.
Los años van sin prisa enredando sus líquenes
y el recuerdo es apenas un nenúfar
que asoma entre dos aguas
su rostro de ahogado.
La guitarra es tan sólo ataúd de canciones
y se lamenta herido en la cabeza el gallo.
Han emigrado todos los ángeles terrestres,
hasta el ángel moreno del cacao.

(De Biografía para uso de los pájaros)


Jorge Carrera Andrade. Nació en Quito en el año 1903. Hizo estudios de Derecho. Desde el colegio descubrió su excepcional aptitud para la poesía. Con dos jóvenes compañeros, Gonzalo Escudero y Augusto Arias, formó el grupo literario "La Idea". Viajó a Europa, donde asistió a cursos libres en algunas universidades. Residió por algún tiempo en Francia, España, Inglaterra y Alemania.
Algunos de sus libros son: Estanque inefable, 1922; La guirnalda del silencio, 1926; Boletines de mar y de tierra, con prólogo de Gabriela Mistral, 1930; El tiempo manual, 1935; Biografía para uso de los pájaros,1937; Microgramas,1940; Mirador terrestre; Lugar de origen,1945; El visitante de la niebla y otros poemas,1947; Familia de la noche, 1953.
Ha publicado varias antologías personales, de las que son las más completas: Registro del mundo,1939; Edades poéticas,1958. De sus traducciones del francés se destacan: Antología poética de Pierre Reverdy, 1940; Cementerio marino y otros poemas de Paúl Valery, 1945; Poesía francesa contemporánea, 1951.
Los críticos coinciden en su descomunal potencia metafórica. Todos sus poemas son una ininterrumpida sucesión de metáforas e imágenes logradas certeramente por esa misteriosa alquimia de la sensibilidad que es consustancial a los grandes poetas. Sorprende la unidad en su poesía. Recibió el Premio Nacional de Cultura "Eugenio Espejo" en 1977. Jorge Carrera Andrade, falleció a los 75 años de edad, dejando una herencia lírica de gran profundidad humana y estética, contenida en cerca de 30 libros; murió en Quito el 7 de noviembre de 1978.

martes, noviembre 14, 2006

Paulina Vinderman (Argentina)




















De: El muelle (Alción Editora, 2003)

El muelle

Habrá un sueño para seguir, en un paisaje carbonizado.
...
Habrá pequeñas anotaciones en los bordes de las hojas
como si la vida interfiriera,
...
como si la memoria recortara en papel glacé
las indecisiones, la epopeya privada.

IV

Este verano se parece a un pueblo todavía humeante
después de un bombardeo.
Del otro lado del río, en la bruma, un bote
está listo para llevarme a la frontera.
Si la metáfora suena dramática, es para proteger
esta ausencia sin brillo, el riesgo de una soledad en sordina
y a repetición.
Las heroínas no huyen del calor
ni de los muñecos quemados entre los escombros.
Hay que llegar (del otro lado), y escribir.
Y escribir es despojarme página por página
de un nombre anotado demasiada vida.
Amo este balanceo en la nada,
los recuerdos como linternas en la noche
que atraen a los animales y los alejan de sus cuevas.
Mi cueva es este verano inmóvil, metafísico,
casi irreverente.
¿Hay alguien ahí?
No es fácil de entender tanta certeza, duele el mundo
y yo soy el mundo.
Un galpón atestado de maniquíes de vidrio
para verles, de lejos y cerca, los hilos de la repetición.



VII

Emerjo esta tarde de la ilusión como del fondo de un cuadro.
¿Porqué la oscuridad de las frases es pantana
y al mismo tiempo remedio?
Hemos perdido la única historia que contar.
"Moriré junto a la palmera enferma", dije una vez
(y casi cumplo.)
¡Ah! Abandonarlo todo por una palabra insistente.
(por un objeto insistente)

Paisajes con barcos, manteles de boda,
pasajeros arrojando los billetes usados y las flores
marchitas, en lugares que nunca volveremos a ver.

Ojos audaces, se parecen a las piedras que caen
en las aguas tranquilas de un pueblo cargado de sombras.

"Buenas noches, dulce príncipe", hemos perdido.
La herida de la felicidad cicatrizó, las ausencias brillan
como diamantes en el aire sucio
y las mañanas llenan de una violencia agotada
el lugar del fervor.

Hemos perdido,
y lo perdido tiene forma de viaje empecinado,
triste desde el comienzo, ambiguo hasta la agonía,
hasta el sueño.

Por favor noche, cuando llegues, termina mi sueño.

Nada llegaré a saber salvo la forma de ese sueño:
su centro marcado como un blanco en el cartón.


Fundaciones

Pasa por un pueblo apartado
y se mezcla sin querer en su fiesta principal.
Entre calabazas pintadas y papel serpentina
todos entonan la canción del fundador.
"Podría quedarme, porqué no, para siempre",
miente a conciencia
y cuelga sus ojos del trompetista de la banda.
(pero ¿durante cuánto tiempo puede mentir?)

"Éste es el mundo:
una raíz oscura, la canción de un lugar".
Y el mundo le devuelve un fragmento de canción
para vivir.
Un gesto de despedida como emblema.

El cielo parece hundirse en el camino
y tocar la intemperie con la suavidad de un pincel.

Detrás quedan los galpones de zinc,
las maderas del artesano frente al árbol de guayaba.
Las casa bajas junto al río.
La belleza urgente de una danza inacabada.



De: Bulgaria (Libros de Alejandría, 1998);

El mundo en jaque

Su gata murió de vieja este verano
y el gomero se dejó secar, poco después, obstinado
en el balcón.
¿A quién contar esta historia de locos,
esta encomienda que llega en un caballo con
arneses de plata —cierto rencor en las comisuras—
con quién contar?
El aire está enfermo pero todos respiran,
ella queda morada por el esfuerzo, insomne para
siempre,
buscando la estrella de lata
con la cual vestía su vida en Navidad
para cambiarla por el dibujo de un barco en el Pacífico
o una palabra que resplandezca en la oscuridad
(y no lleve comillas.)


Cajitas chinas o su oscuridad

Lo que yo quería era su oscuridad,
como si esa llave de artificio
me llevara a buen puerto
(en el ropero una muñeca rota
y sobre la mesa las tacitas con flores,
no se ve bien pero saldremos al sol a mediodía)

Su oscuridad como promesa y por amor saber,
pero esa oscuridad era sólo miseria,
ausencia de fondo verdadero
en una vida sofocada por el miedo.

Escuché a mi piel crujir
y a mis pies desnudos sobre la madera.
"Para qué quiero héroes", me dije, una y otra vez
mientras me iba, con la cabeza puesta en
el cráter de un volcán:
un fuego ya extinguido y para siempre culpable
de lo que no puede amparar.


Cónsul honoraria

Te escribo desde la nada,
pequeña oscura funcionaria que ni siquiera ve el río.
La cúpula rota se refleja en los charcos
cuando llueve
y es el único sitio en que brilla el destierro,
la única moneda que parece de oro.

A la hora del café todos hablan de nada,
se espera una tormenta (que pueda desprender el esmalte
del aire) o la notificación de otro destino.
Me siento como un cónsul en mi propia ciudad:
un poema reseco debajo del informe, la mitad
de una carta, una invitación para la fiesta en el muelle.

Esa mujer con los ojos muy pintados debo ser yo,
la que saluda bajo la luz naranja
de los faroles de papel e imagina a una goleta
amarrada a unos pasos
y a su escritorio flotando en alta mar.
El viento es débil
y la humedad de las plantas el punto de impresión.

Una ciudad, otra ciudad, se inclinan sobre mi vida
con su historia (y no lloran la mía)
Nombres tan fuertes como árboles,
tienen razones para llegar al cielo e intentar
resistir al huracán (que también gime un nombre)

La vieja furia por no saber donde piso está presente
(como un clásico)
Una niebla que se levanta del agua y oculta
el horizonte.
Veo mis pies, veo el repliegue,
la noche que termina sin haber empezado,
un cuaderno de notas en los hospitales del mundo.
Una locura de cristal, acuartelada.


De: Escalera de incendio (ed. Último Reino, 1994)

Testimonio entre ríos

El dolor de los olvidos es una mirada, digo
y estiro mi mano hacia un barco. El olor
de los muelles es un lugar.
A veces llaman, mientras mi corazón está
ocupado en la turbidez de un río de frontera:
el modo en que se concentra
sobre la vendedora de la terminal de ómnibus
y le ahueca los ojos.
Me abro paso entre vasos de papel, voceros
de naranjas.
A todas horas escucho el trajín
de las calles que no son las avenidas
de la historia.
Desaparezco —y me olvidan—
usando un cielo incoloro por sombrilla.

El viento trae las noticias:
tarjetas empolvadas de invitación
que llegan irremediablemente tarde, informes
sobre lo que sucede en esta ciudad
que nunca mira las barcazas junto al río.
Mi vida es dada a la vida
(los rasgos de la cara disueltos en la lluvia
como los de un poblado tropical)
Me vacío
ante la resistencia del aire, con el
mismo gesto con que muchas mujeres se desnudan
ante una ventana imaginaria.

Y es casi un disparo en la noche
la forma que elige la seca penetración
de lo real:
un crimen sin testigos ni amarras, en la
opacidad de los días.


Escalera de incendio

Me asomo a la ventana como todas las tardes
para escribirte.
Este cielo es tan pálido que da miedo mirarlo
(y de los jacarandáes con el abuelo basta.)
Sé que estoy viva, es decir
camino calles y veo el trabajo del azar
en la arboleda.
Nada resplandece en los papeles que rondo,
el muchacho de la batería toca de seis a siete
mientras su madre visita amigas
con alguna receta para dejar de amar.
En todo caso la soledad es la que resplandece
y a veces la sequía,
quiero ver al infinito revolotear
en esa torpe batería:
una señal, una traición de una señal, la ficción
de una señal.
Nada es seguro, ya ni siquiera me desvelo
por una palabra para hacerte feliz.


De: Rojo junio. Ediciones Literatura Americana Reunida - LAR - (1988)

Prácticas de la percepción

Me gustan los árboles con capacidad
de otoño.
Que preparan sus hojas al marrón
y se renuncian.

Me gustan los seres que pueden
unirse en el invierno.
Ramas elásticas que retroceden
hacia el blanco.

Pero desconfía de la palabra apresurada.
Las violencias de las tormentas
no siempre insinúan la real rebelión
aunque amenacen las nubes desde dentro.
Y que ese hombre se pasee con camisa
amarilla
no significa que lleve el sol
en su corazón.


De: La mirada de los héroes. Botella al mar, 1982

La mirada de los héroes

Qué mirarán los héroes
cuando miran.
Escurrirán sus ojos a través de desiertos
y el polvo cubrirá
la ciudad que dejaron.
Ellos sabrán que el mar
pertenece a los otros.
Que jamás volverán a llorar
por el pájaro vencido.
Ellos verán el ojo cercano en el fusil
y caerán inmersos en una gota de sudor
en la mejilla del otro.
Estarán ausentes del Terror
sólo un segundo.
Pero abrazarán catedrales, serán héroes
por la sola imposibilidad
de dejar de ser ese hombre que se es.
Que sólo puede mirar a través de su destino
mientras soporta, entera,
la presión del Universo.


De: Los espejos y los puentes. Ediciones buenos aires sur, 1978

XVIII

Y de todas formas
sabemos que no hay alternativa.
Hay que perseguir esa sombra hasta el final.
Hasta que gane alguna de las dos.
En este cuarto donde deambulan las imágenes
y donde todo está prohibido
menos la terrible certeza
de que habremos de preocuparnos
por el desayuno a la mañana.
Mientras tanto los buitres devoran
lo que me falta saber para aferrarme a la soga
y decir que sirve para algo
esta caminata circular hacia el vacío.
Y si la pared es blanca,
yo pinto con los monstruos del alba
las huellas grises de una ciudad en miniatura
boqueando el hollín y el amor
a horcajadas de un poema.
Pero nadie me ayuda en el después.
Y a veces quisiera no dormir
para no despertarme.
Y a veces quisiera volver a nacer
en el alma inconclusa de una oruga.
Y a veces quisiera trepar
un árbol de silencio completado,
y a veces quisiera.


Paulina Vinderman. Nació en 1944 en Buenos Aires, ciudad donde reside.
Estudió Química e Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires.
Publicó los siguientes libros de poesía:
Los espejos y los puentes (ed. Buenos Aires Sur, 1978)
La otra ciudad (ed. Botella al Mar, 1980)
La mirada de los héroes (ed. Botella al Mar, 1982)
La balada de Cordelia (Fundación Argentina para la poesía, 1984)
Rojo junio (Literatura Americana Reunida, 1988)
Escalera de incendio (ed. Último Reino, 1994)
Bulgaria (Libros de Alejandría, 1998)
El muelle (Alción Editora, 2003)
Cónsul Honoraria - Summa poética (ed. Vincinguerra, 2003)
Transparencias (Antología) (ed. Arquitrave, Bogotá, 2005)

viernes, noviembre 03, 2006

José Lezama Lima (Cuba)












MUERTE DE NARCISO

Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo
envolviendo los labios que pasaban
entre labios y vuelos desligados.
La mano o el labio o el pájaro nevaban.
Era el círculo en nieve que se abría.
Mano era sin sangre la seda que borraba
la perfección que muere de rodillas
y en su celo se esconde y se divierte.

Vertical desde el mármol no miraba
la frente que se abría en loto húmedo.
En chillido sin fin se abría la floresta
al airado redoble en flecha y muerte.
¿No se apresura tal vez su fría mirada
sobre la garza real y el frío tan débil
del poniente, grito que ayuda la fuga
del dormir, llama fría y lengua alfilereada?

Rostro absoluto, firmeza mentida del espejo.
El espejo se olvida del sonido y de la noche
y su puerta al cambiante pontífice entreabre.
Máscara y río, grifo de los sueños.

Frío muerto y cabellera desterrada del aire
que la crea, del aire que le miente son
de vida arrastrada a la nube y a la abierta
boca negada en sangre que se mueve.

Ascendiendo en el pecho solo blanda,
olvidada por un aliento que olvida y desentraña.
Olvidado papel, fresco agujero al corazón
saltante se apresura y la sonrisa al caracol.
La mano que por el aire líneas impulsaba,
seca, sonrisas caminando por la nieve.
Ahora llevaba el oído al caracol, el caracol
enterrando firme oído en la seda del estanque.

Granizados toronjiles y ríos de velamen congelados,
aguardan la señal de una mustia hoja de oro,
alzada en espiral, sobre el otoño de aguas tan hirvientes.
Dócil rubí queda suspirando en su fuga ya ascendiendo.
Ya el otoño recorre las islas no cuidadas, guarnecidas
islas y aislada paloma muda entre dos hojas enterradas.
El río en la suma de sus ojos anunciaba
lo que pesa la luna en sus espaldas y el aliento que en halo convertía.

Antorchas como peces, flaco garzón trabaja noche y cielo,
arco y cestillo y sierpes encendidos, carámbano y lebrel.
Pluma morada, no mojada, pez mirándome, sepulcro.
Ecuestres faisanes ya no advierten mano sin eco, pulso desdoblado:
los dedos en inmóvil calendario y el hastío en su trono cejijunto.

Lenta se forma ola en la marmórea cavidad que mira
por espaldas que nunca me preguntan, en veneno
que nunca se pervierte y en su escudo ni potros ni faisanes.

Como se derrama la ausencia en la flecha que se aísla
y como la fresa respira hilando su cristal,
así el otoño en que su labio muere, así el granizo
en blando espejo destroza la mirada que le ciñe,
que le miente la pluma por los labios, laberinto y halago
le recorre junto a la fuente que humedece el sueño.
La ausencia, el espejo ya en el cabello que en la playa
extiende y al aislado cabello pregunta y se divierte.

Fronda leve vierte la ascensión que asume.
¿No es la curva corintia traición de confitados mira­beles,
que el espejo reúne o navega, ciego desterrado?
¿Ya se siente temblar el pájaro en mano terrenal?
Ya sólo cae el pájaro, la mano que la cárcel mueve,
los dioses hundidos entre la piedra, el carbunclo y la doncella.
Si la ausencia pregunta con la nieve desmayada,
forma en la pluma, no círculos que la pulpa abandona sumergida.

Triste recorre —curva ceñida en ceniciento airón—
el espacio que manos desalojan, timbre ausente
y avivado azafrán, tiernos redobles sus extremos.
Convocados se agitan los durmientes, fruncen las olas
batiendo en torno de ajedrez dormido, su insepulta tiara.
Su insepulta madera blanda el frío pico del hirviente cisne.

Reluce muelle: falsos diamantes; pluma cambiante: terso atlas.
Verdes chillidos: juegan las olas, blanda muerte el re­lámpago en sus venas.

Ahogadas cintas mudo el labio las ofrece.
Orientales cestillos cuelan agua de luna.
Los más dormidos son los que más se apresuran,
se entierran, pluma en el grito, silbo enmascarado, entre frentes y garfios.
Estirado mármol como un río que recurva o aprisiona
los labios destrozados, pero los ciegos no oscilan.
Espirales de heroicos tenores caen en el pecho de una paloma
y allí se agitan hasta relucir como flechas en su abrigo de noche.

Una flecha destaca, una espalda se ausenta.
Relámpago es violeta si alfiler en la nieve y terco rostro.
Tierra húmeda ascendiendo hasta el rostro, flecha ce­rrada.
Polvos de luna y húmeda tierra, el perfil desgajado en la nube que es espejo.
Frescas las valvas de la noche y limite airado de las conchas
en su cárcel sin sed se destacan los brazos,
no preguntan corales en estrías de abejas y en secretos
confusos despiertan recordando curvos brazos y en­gaste de la frente.

Desde ayer las preguntas se divierten o se cierran
al impulso de frutos polvorosos o de islas donde acam­pan
los tesoros que la rabia esparce, adula o reconviene.

Los donceles trabajan en las nueces y el surtidor de frente a su sonido
en la llama fabrica sus raíces y su mansión de gritos soterrados.
Si se aleja, recta abeja, el espejo destroza el río mudo.
Si se hunde, media sirena al fuego, las hilachas que surcan el invierno
tejen blanco cuerpo en preguntas de estatua polvorienta.

Cuerpo del sonido el enjambre que mudos pinos claman,
despertando el oleaje en lisas llamaradas y vuelos so­segados,
guiados por la paloma que sin ojos chilla,
que sin clavel la frente espejo es de ondas, no recuerdos.
Van reuniendo en ojos, hilando en el clavel no siempre ardido
el abismo de nieve alquitarada o gimiendo en el cielo apuntalado.
Los corceles si nieve o si cobre guiados por miradas la súplica
destilan o más firmes recurvan a la mudez primera ya sin cielo.

La nieve que en los sistros no penetra, arguye
en hojas, recta destroza vidrio en el oído,
nidos blancos, en su centro ya encienden tibios los corales,
huidos los donceles en sus ciervos de hastío, en sus bos­ques rosados.
Convierten si coral y doncel rizo las voces, nieve los caminos,
donde el cuerpo sonoro se mece con los pinos, delgado cabecea..

Mas esforzado pino, ya columna de humo tan aguado
que canario es su aguja y surtidor en viento desrizado.

Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado
son peces, son llamas, son flautas, son dedos mordis­queados.
Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos rep­tan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.
Pez del frío verde el aire en el espejo sin estrías, ra­cimo de palomas
ocultas en la garganta muerta: hija de la flecha y de los cisnes.
Garza divaga, concha en la ola, nube en el desgaire,
espuma colgaba de los ojos, gota marmórea y dulce plinto no ofreciendo.

Chillidos frutados en la nieve, el secreto en geranio convertido.
La blancura seda es ascendiendo en labio derramada,
abre un olvido en las islas, espada y pestañas vienen
a entregar el sueño, a rendir espejo en litoral de tierra y roca impura.
Húmedos labios no en la concha que busca recto hilo,
esclavos del perfil y del velamen secos el aire muerden
al tornasol que cambia su sonido en rubio tornasol de cal salada,
busca en lo rubio espejo de la muerte, concha del so­nido.

Si atraviesa el espejo hierven las aguas que agitan el oído.
Si se sienta en su borde o en su frente el centurión pulsa en su costado.
Si declama penetran en la mirada y se fruncen las letras en el sueño.
Ola de aire envuelve secreto albino, piel arponeada,
que coloreado espejo sombra es del recuerdo y minuto del silencio.
Ya traspasa blancura recto sinfín en llamas secas y hojas lloviznadas.
Chorro de abejas increadas muerden la estela, pídenle el costado.
Así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar fugó sin alas.


José Lezama Lima, poeta, novelista y ensayista cubano. Nació en La Habana en 1910, muriendo en la misma ciudad en 1975. “La abundancia le da el mataforismo de filiación gongorina y la alegría de sus propias sorpresas naturales o librescas...”. En 1944 junto a José Rodríguez Feo funda la revista “Orígenes” cuyo sesgo programático, será la apertura, como quien trata de saciar la sed sabiendo que se encuentra ante aguas estancadas.
Algunas de sus obras son:
— Algunos tratados en La Habana.
— Confluencias, selección de ensayos.
— Oppiamo Licario –novela
— Paradiso –novela
— Poesía completa – La Habana, Instituto del Libro